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Inmerso para el que jamás escuchó Inmerso

Porque la banda vale aún si no podés corear las canciones.

Nunca escuché Inmerso. Nunca, jamás, y creí oportuno no escucharlos antes de irlos a ver en vivo. No sabía nada, sólo que era un nombre muy repetido, una banda que, aparentemente, derrochaba carisma y buena onda, y que mucha gente saltaba y se apasionaba en sus shows (y todo eso lo supe por crónicas ajenas).

Inmerso se presentó en Kirie, en San Telmo, el pasado sábado. Una fecha algo traicionera, ya que al mismo tiempo se desarrollaba en todo Buenos Aires la famosa Noche de los Museos. Quizá este detalle, que parece menor, no lo sea, ya que la sala de Kirie se encontraba repleta de gente, aun compitiendo con semejante evento.

Abriendo la noche se presentó la banda platense Suruba, quienes lograron darle un arranque a la fecha con un derroche de buena onda, buena música, y a la intervención de un artista a capela al mejor estilo Pentatonix. De a poco, Kirie se iba llenando y la energía aumentaba.


Los integrantes de Inmerso, de quién bien grabado quedan nombres como Cuchu, el guitarrista, daban vueltas por la sala saludando, riendo, aplaudiendo y hasta anticipando lo que sería seguidamente el show: un rebose de buena onda y, por sobre todo, amor.

Inmerso es amor, por muy cliché que suene. Y si para escribir una crónica es imprescindible hablar de un set list, me voy a tomar el atrevimiento de pasarlo por alto, porque es claro que yo no sabía ni una canción de las que tocaban y que todas, absolutamente todas, fueron una sorpresa y las disfruté con la misma intensidad.


Inmerso tiene un no sé qué que embriaga a la multitud y la hace saltar, gritar a todo pulmón sus canciones, y hasta agitar banderas en una sala que es demasiado chica para ellas y que, posiblemente, no esté acostumbrada a verlas. Inmerso está por todos lados: remeras, pedazos de tela, stickers, álbumes… En todos lados.

Álvaro, voz y guitarra, abre la noche con una simpatía compradora, una sonrisita pícara y una energía en el escenario que, en parte, es la clave del éxito de la banda de Palermo. La familiaridad, la calidez propia de la banda se denota en detalles tan simples como la Tía Mirta, que baila al compás de “La Palabra Libertad” como si no hubiese un mañana, y a quien Álvaro nombra en un parate del show para hacer referencia a que 'esto es la juventud'.

No se sabe bien quiénes son familia, quiénes son staff y quiénes son fan, y quizá ahí resida la magia: Inmerso es una gran familia donde no hay diferentes. La solidaridad se deja ver entre canción y canción, cuando Álvaro se toma el tiempo de invitar a los shows de las bandas amigas, como No Somos Nada. Con una expresión repleta de orgullo y una complicidad rayana en la seducción desfachatada que le es propia, el cantante agradece por 'ser parte de esta familia, de esta locura hermosa que llamamos Inmerso'.


No sé cuánto duró el show, y tampoco importa: el tiempo desapareció cuando todos los que estaban en Kirie empezaron a corear 'y dale Inmerso', o cuando Álvaro pidió que le dijeran que tocar 'pero todavía no me dijeron nada', o cuando empezaron a cantar que no se arrepienten de este amor, o en cada tema que sonó.

Nunca escuché Inmerso, y lo mejor que hice fue no haberlos escuchado hasta el show. Descubrirlos en vivo fue una experiencia de esas que te dejan el paladar con un sabor dulce y el corazón contento. Descubrir una banda como en los viejos tiempos, cara a cara, saludando a los integrantes y sin tener la más pálida idea cómo cantar las canciones, pero moviendo el pie en todas y en cada una, porque sí, se re ponía.


Y si cuando salí enseguida los busqué en Spotify, y todavía suena “Tierra y Libertad”, es exclusivamente mérito de ellos.


Fotos por Aye Romano.

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